Archive for juillet, 2015

IN LAK´ ECH HALA KEN

dimanche, juillet 26th, 2015

★ El saludo en la tradición Maya ★

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(facebookado de: Apoyo Zapatista a ajouté une nouvelle photo à l’album ★Artes y Cultura★.)

O mejor dicho, el concepto de unidad expresado
en su saludo diario:
« In Lak’ech Ala K’in »
« Yo soy tú y tú eres yo »
(a moderna interpretación).

Para los Mayas, el reino mineral, vegetal,
animal y toda la materia del universo,
desde un átomo hasta una galaxia,
son seres vivos con conciencia evolutiva.

El saludo, propio de los ancestros de Yucatán,
dice:
IN LAK´ ECH, que significa:
“yo soy otro tú”;
y se contesta HALA KEN:
« tú eres otro yo ».
También significa que soy, y que se me.

La expresión recoge la conciencia de ser iguales
e integramos un único organismo:
“los otros son parte mía y yo soy parte de ellos”,
« todos somos uno mismo:
nada de lo que te pase a ti me es ajeno,
nada de lo que me pase a mí te puede ser indiferente ».

Al vivir en unidad, si eres feliz, yo soy feliz y viceversa.
Porque “yo soy tú” y “tú eres yo” y cualquier cosa
que me haces a mí, te la haces a ti.

La cosmovisión expresada en el lenguaje,
en tradiciones y en el saludo reconoce
al otro como nuestro yo,
desprendiendo solidaridad, respeto, unión y armonía.

El saludo maya
es un honor el uno para el otro.
Es una declaración de unidad y unicidad

HOLLOWAY & MILLÁN: Pensamiento Crítico y Revolución

lundi, juillet 13th, 2015

Conversatorio Bolívar Echeverría: Pensamiento Crítico y Revolución

Programa:

Miércoles 20 de mayo de 11:00 a 14:00 hrs.
Bolívar Echeverría: crítica latinoamericana de la modernidad capitalista

Ponentes: Stefan Gandler y Sergio Tischler / Modera: Alfonso García Vela

Jueves 21 de mayo de 11:00 a 14:00 hrs.
Bolívar Echeverría: crisis y alternativas a la modernidad capitalista

Ponentes: Márgara Millán y John Holloway / Modera: Mina Lorena Navarro

Viernes 22 de mayo de 11:00 a 14:00 hrs.
Bolívar Echeverría: derivas para un pensamiento crítico latinoamericano

Ponentes: Javier Sigüenza, Diana Fuentes y Raquel Gutiérrez Aguilar / Modera: José Javier Contreras

Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades « Alfonso Vélez Pliego »

Casa de la Aduana Vieja, auditorio “B”
2 Oriente 409, Centro Histórico, Puebla.

JAPPE: Hipercapitalismo e hiperdesign

dimanche, juillet 12th, 2015

fonte

MANDALA aramada

dimanche, juillet 12th, 2015

Cosmogonia e história através da mandala

https://www.youtube.com/watch?v=6wbtP0tqHXE&feature=youtu.be

11201178_1132492653434652_3357915426942886420_nOutra seqüência de oito formas das Mandalas Tridimensionais que descrevem a criação de mundo:

fonte: facebook aqui

como fazer uma mandala de arame

com pétalas duplas e base giratória

fonte youtube aqui

WIPHALA

mardi, juillet 7th, 2015

220px-Banner_of_the_Qulla_Suyu.svgWiphala

Origem: Wikipédia, a enciclopédia livre.
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A Whipala é uma bandeira de origem andina. A palavra tem origem nas palavras da língua aimará eiphay, que é uma expressão de alegria, e phalax, que é o sonho produzido por conduzir uma bandeira.1
 §

Significado das cores

As cores se originam no arco-íris, tomado como referência pelos antepassados andinos, para mostrar a composição e estrutura dos emblemas e organizar a sociedade comunitária e harmónica dos Andes. >..< Los colores se originan en el rayo solar al descomponerse del arcoíris blanco (kutukutu), en los siete colores del arcoíris (kurmi), tomado como referencia por los antepasados indígenas, para fijar la composición y estructura de nuestros emblemas, así mismo organizar la sociedad comunitaria de los Andes.

  • Vermelho: Representa o Planeta Terra (aka-pacha), é a expressão do homem andino, no aspecto intelectual, é a filosofia cósmica no pensamento e conhecimento dos Amawatas. >..< Rojo; representa al planeta Tierra (aka-pacha); es la expresión del hombre andino, en el desarrollo intelectual; es la filosofía cósmica en el pensamiento y el conocimiento de los amawtas.
  • Laranja: Representa a sociedade e a cultura, é a expressão da cultura, também expressa a preservação e procriação da espécie humana, considerada a mais apreciada riqueza patrimonial da nação, a saúde e medicina, a formação e educação, a prática cultural da juventude dinâmica. >..< Naranja; representa la sociedad y la cultura, es la expresión de la cultura, también expresa la preservación y procreación de la especie humana, considerada como la más preciada riqueza patrimonial de la nación; es la salud y la medicina, la formación y la educación, la práctica cultural de la juventud dinámica.
  • Amarelo: Representa a energia e força (ch’ama-pacha), é a expressão dos princípios morais do homem andino, é a doutrina de Pacha-Kama e Pacha-Mama: a Dualidade (chacha-warmi) são as leis e normas, a prática coletiva da irmandade e solidariedade humana. >..< Amarillo; representa la energía y fuerza (ch’ama-pacha), es la expresión de los principios morales del hombre andino, es la doctrina del pacha-kama y pacha-mama: la dualidad (chacha-warmi) son las leyes y normas, la práctica colectivista de hermandad y solidaridad humana.
  • Branco: Representa o tempo (jaya-pacha), é a expressão do desenvolver e a transformação permanente do Quallana Marka sobre os andes, e o desenvolver da ciência e a tecnologia, e arte, e trabalho intelectual e manual que gera a reciprocidade e harmonia dentro da estrutura comunitária. >..< Blanco; representa al tiempo y a la dialéctica (jaya-pacha), es la expresión del desarrollo y la transformación permanente del qullana marka sobre los Andes, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, el arte, el trabajo intelectual y manual que genera la reciprocidad dentro la estructura comunitaria.
  • Verde: Representa a economia e produção andina, é o símbolo das riquezas naturais, da superfície e sub-solo, representa terra e território, e assim mesmo a produção agropecuária, a Flora e Fáuna, as reservas hidrológicas e minerais. >..< Verde; representa la economía y la producción andina, es el símbolo de las riquezas naturales, de la superficie y el subsuelo, representa, tierra y territorio, así mismo la producción agropecuaria, la flora y fauna, los yacimientos hidrológicos y mineralógicos.
  • Azul: Representa o espaço cósmico, o infinito (araxa-pacha), é a expressão dos sistemas estrelares do universo e os efeitos naturais que estão sobre a terra, é a astronomia e a física, a organização socioeconômica, política e cultural, é a lei da gravidade, as dimensões e fenômenos naturais. >..< Azul; representa al espacio cósmico, al infinito (araxa-pacha), es la expresión de los astros y los efectos naturales que se sienten sobre la tierra, es la astronomía y la física, la organización socioeconómica, político y cultural, es la ley de la gravedad, de las dimensiones y fenómenos naturales.
  • Violeta: Representa a política e ideologia andina, é a expressão de poder comunitário e harmónico dos andes, o instrumento do estado, como uma estância superior, que é a estrutura do poder, as organizações, sociais, econômicas e culturais e a administração do povo do país. >..< Violeta; representa a la política y la ideología andina, es la expresión del poder comunitario de los Andes, el instrumento del Estado, como una instancia superior, lo que es la estructura del poder; las organizaciones, sociales, económicas y culturales y la administración del pueblo y del país.

Utilização

A Wiphala é propriedade das nações originárias, os quíchuas, os aimarás e os guaranis. Para os quíchuas e aimarás, a Wiphala é a expressão do pensamento filosófico andino, e seu conteúdo manifesta o desenvolver da ciência, tecnologia e arte, é também expressão dialética de Pacha-Kama e Pacha-Mama, é a imagem de organização e harmonia de irmandade e reciprocidade nos Andes. Por isso a Wiphala é sagrada, e corresponde difundir e defender a imagem, o significado do problema em toda a área andina, tanto no Equador, no Peru, como na Bolívia, e mostrar os problemas do mundo, a identidade territorial, nacional e cultural. Seu manejo e uso deve ser permanente e consequente.

Deve se utilizar nos atos cerimoniais, em festas, em marchas, em jogos e competições, em atos de comemoração, nos encontros de comunidades de ayllus e markas, em trabalhos agrícolas, a Whipala deve em todo acontecimento social e cultural, particularmente em datas memoráveis de Qullana Marka e de Tawantinsuyu. Porque a Wiphala deve estar flamejando em todo lugar e acontecimento diário do Homem Andino.

No momento de hastear a Wiphala, todos devem fazer silêncio e ao terminar alguém deve dar a voz de triunfo e vitória de JALLALLA QULLANA marka, JALLALLA pusintsuyu ó TAWANTINSUYU >..< En el momento de izar la wiphala, todos deben guardar silencio y al terminar alguien debe dar la voz de victoria del jallalla qullana marka, jallalla pusintsuyu o jallalla tahuantinsuyu.

  1. Katari.org. Visitado em 23 de Outubro de 2013.

 

LE SYMBOLISME DE LA WIPHALA

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[Les images et les textes ci-dessous sont extraits du blog de Don Juanito, tenu par Jean-Luc Colnot.
L’article n’est reproduit ici que partiellement. Pour le voir à l’intégralité, cliquez sur ce lien:
http://magick-instinct.blogspot.nl/2010/04/symbolisme-de-la-wiphala.html]
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La Wiphala est une bannière constituée des sept couleurs de l’arc-en-ciel, répétées sept fois. C’est un damier de 49 cases colorées dont l’origine est très ancienne. Son usage fut interdit pendant toute la période des colonies et des républiques et il ne fut rétabli qu’au siècle dernier. Formidable symbole de la résistance du peuple indigène, en même temps que résumé de son art de vivre et de sa sagesse. La Wiphala de 49 cases est répandue dans l’ensemble des Andes, bien que son usage systématique soit plutôt le fait du monde aymara. C’est en Bolivie que le damier coloré est le plus courant, et il a même été institutionnalisé par l’article 6 de la nouvelle constitution.
Il n’est guère possible de parler de la Wiphala comme d’un simple drapeau. Les boliviens la désignent simplement par son nom : Wiphala. Un drapeau, disent-ils, c’est un rectangle. Dès le départ, cela suppose une inégalité entre les différents cotés. En revanche, la wiphala est un carré qui représente une parfaite égalité et un solide équilibre entre le haut et le bas, la gauche et la droite, le vertical et l’horizontal. Le mot Wiphala est composé de deux termes aymara. Wiphay signifie « allez », c’est un cri de triomphe et d’encouragement. Le second terme est phalaj qui désigne le fait de flotter au vent. Le son de ce mot imite le bruit d’une bannière qui claque. Notons également que le préfixe Wi désigne quelque chose de sacré. C’est pourquoi le mot Wiphala commence par Wi, tout comme le nom du dieu Wiracocha, ou celui de la « cité éternelle » de Tiwanaku, Wiñay Marca. Dans l’esprit andin, la Wiphala est donc un symbole sacré.

La chacana (en quechua, tawa chakana, quatre escaliers), croix carrée ou croix andine, est un symbole millénaire originaire du Pérou.

 

La construction de ce symbole unit deux éléments : l’arc-en-ciel et la chakana. J’ai déjà dit à d’autres occasions que la chakana était un croisement, un pont, un symbole de l’inter-relation du haut et du bas, de la gauche et de la droite, de l’homme et de la femme. La philosophie occidentale envisage la relation comme étant secondaire au regard de l’essence ; selon cette perpective, pour qu’existe une relation, il doit exister d’abord deux choses, deux substances à relier. Dans cette logique, l’essence précède toujours la relation. Mais la sagesse andine envisage exactement le contraire. Il n’y a pas d’en-soi, d’essence, de substance propre. D’abord existe la relation, et ensuite seulement, les éléments reliés se mettent à exister. En termes théistes occidentaux, cela reviendrait à dire que ni Dieu ni l’homme ne sont réels en soi, mais que seule est la relation, l’entre-deux. Pour l’homme andin, ce qui est vrai n’est ni sujet ni objet, ni observateur ni observé. Seul l’acte d’observation et la relation ont un caractère essentiel, rien d’autre. Les choses n’ont de réel que la relation, et non l’en-soi qu’elles pourraient éventuellement constituer. Toute chose, tout être n’est que croisement, chakana. C’est la raison pour laquelle, dans la représentation cosmogonique de Pachacuti Yamqui, la divinité Wiracocha – le grand vide – n’est pas représentée hors du cosmos, mais au coeur de celui-ci. De même, la chakana est un parfait symbole du caractère sacré de la relationalité. Son centre (taypi) est vide, mais il est relation et accueil du haut et du bas, de la gauche et de la droite. La cosmovision andine renvoie dos-à-dos les approches dualistes et non-dualistes qui solidifient l’une ou l’autre rive de la vie, ou bien encore les deux. Il n’y a que le courant quantique, sa fluidité, son ouverture qui rend toute chose possible, cette absence d’en-soi, cet entre-deux mal nommé échappant tant à l’essence qu’à la substance, mais origine de tout. C’est le message fondamental de la chakana.

Au niveau symbolique aussi bien que pratique, la chakana peut être appliquée aux divisions de l’année, aux divisions de l’espace, à toutes sortes de classifications. Elle sert également de base à la construction de temples, de portes, d’escaliers, de fontaines. Il suffit de prolonger les lignes d’une chakana à trois degrés pour obtenir un damier de 49 cases de 7 x 7, c’est-à-dire une Wiphala, ce qui lie fortement ces symboles fondamentaux de la tradition andine. Quant à l’arc-en-ciel, il s’agit aussi d’une chakana et d’un pont qui unit le ciel et la terre. Selon Garcilaso, il était l’emblème de la dynastie Inca. Pour Pachacuti Yamqui, l’arc-en-ciel apparut au moment où Manko Qapac arriva dans la vallée de Cusco et décida d’y installer le centre de l’Empire Inca, le nombril du monde. Il existe bien entendu une déité de l‘arc-en-ciel (K’uychi, les serpents multicolores à deux têtes, ou encore le puma multicolore) et de nombreuses fonctions magiques le concernant. Outre le lien signalé plus haut entre la chakana et la construction de la Wiphala, notons que si l’on colle ensemble quatre Wiphalas, on obtient de nouveau une structure en forme de chakana, ce qui, une fois encore, lie ces deux symboles du monde andin de manière indéfectible.

L’Empire Inca était divisé en quatre régions, d’où le nom qu’on lui donne en langue quechua (Tawantinsuyu) ou en langue aymara (Pusinsuyu), qui signifie « les quatre régions du soleil ». Bien entendu, il existe un rapport entre les quatre éléments et les quatre régions du monde andin. À chacune de ces régions correspond une couleur particulière. Le Chinchay Suyu situé au nord, correspond à la couleur rouge, le Colla Suyu situé au sud, correspond au blanc, l’Anti Suyu situé à l’est correspond au vert et le Cunti Suyu situé à l’ouest, correspond à la couleur jaune. On trouve deux manières de représenter chacune de ces régions. La plus simple consiste en une bannière unie, de la couleur correspondant à la région désignée. L’autre façon consiste à représenter cette région par une Wiphala dont la diagonale centrale correspond à la couleur de la région. Formée d’une seule couleur, cette diagonale de la Wiphala porte le nom de « route de Wiracocha » ou Qhapaq Ñan, « chemin des justes », « chemin du puissant ». On la retrouve également sur la chakana où elle s’avère très utile à la compréhension de la géographie sacrée du monde andin, si on la projette sur une carte. Lorsque l’on place le centre de la chakana sur la ville de Cusco, des alignements sacrés apparaissent sur ce Qhapaq Ñan, situant des villes telles que Cusco, Potosi et Tiwanaku sur un axe identique. Ceci montre que la fondation de ces lieux sacrés suit une géographie dont la chakana est la clef.

Chaque couleur de la Wiphala a une signification précise. Le blanc représente le temps et la transformation permanente, le jaune symbolise la force et l’énergie, l’orange représente la culture et la sagesse patrimoniale, le rouge est à la fois couleur de la terre-mère et de l’homme. Le violet symbolise le politique, expression du pouvoir communautaire andin. Le bleu représente l’espace cosmique où s’incarnent les systèmes célestes, produisant sur terre leurs effets naturels. Le vert symbolise l’écosophie et la production andine, ses richesses naturelles.

Il est également question d’une Wiphala de 8 x 8 cases, considérée comme un symbole planétaire, mais représentant plus probablement l’ensemble du continent américain ou Abya Yala. L’Abya Yala inclut la totalité du monde indigène américain, du nord au sud. Il réalise la fameuse prophétie d’union continentale des peuples indigènes, symbolisée par la rencontre de l’aigle et du condor. Actuellement, des rencontres continentales ont lieu chaque année en Amérique. J’ai assisté à la plus récente qui a eu lieu à Tiwanaku. Elle regroupait quelques 450 chamans et hommes-médecines de diverses traditions et fut clôturée par Evo Morales, le président de la république bolivien. Notons qu’à cette occasion, et contrairement aux récupérations pseudo-chamaniques occidentales de la rencontre de l’aigle et du condor, l’assemblée continentale ne donne lieu à aucun syncrétisme rituélique ni métaphysique. Elle respecte parfaitement l’idiosyncrasie de chaque tradition représentée, sans les confondre aucunement. On n’y trouve pas de hutte de sudation lakota mélangée à la mesa andine et à la prise de plantes maîtresses amazoniennes. On n’y propose aucun mixage de symboles disant, par exemple, que le condor correspond au cerveau droit de l’homme et l’aigle à son cerveau gauche. La rencontre de l’aigle et du condor ne cautionne pas ce genre d’inepties et s’attache plutôt à réaliser une célébration interculturelle et spirituelle respectueuse de toutes ses composantes. Quoiqu’il en soit, la Wiphala continentale est un carré de 8 x 8 cases, autrement dit un damier de 64 éléments. Je choisis cette variante de la Wiphala pour montrer comment les Incas pouvaient utiliser ce symbole comme table de calcul. Ainsi, si l’on attribue un nombre à chaque couleur et que l’on considère le Qhapaq Ñan, la diagonale blanche, comme zéro (ou 9. J’expliquerai peut-être un autre jour cette équivalence du 0 et du 9 dans la symbolique andine), l’ensemble de la Wiphala peut servir de table de multiplication. Utilisons par exemple les nombres situés au sommet en partant de la gauche et ceux situés à gauche en partant du sommet. Première case, en haut à gauche, 1 x 9 = 9(0). Descendons à la deuxième case et prenons le résultat sur les cotés de la Wiphala : 2 x 9 = 18. Décalons à la troisième case et prenons le résultat : 3 x 9 = 27. Descendons encore à la quatrième case et voyons le résultat : 4 x 9 = 36, etc.

Je ne peux pas développer tous les calculs qu’autorise la Wiphala et le lecteur devra pour l’instant se contenter de ce petit exemple, que je n’ai pas choisi au hasard, car pour le monde andin, le nombre 9 a une grande importance symbolique. Il représente la structure symétrique du cosmos et la porte d’accès à ce qu’en occident, les Rose+Croix d’autrefois appelaient « l’autre moitié du monde que le monde ne connaît pas« . Dans l’esprit de l’homme andin, le cosmos est double. Il comporte non seulement la partie visible que tous connaissent, mais aussi une autre moitié, invisible, qui constitue la source et l’origine du monde visible. A ce titre, le principe de symétrie peut symboliser cette structure double du cosmos, et c’est pourquoi les cultures andines adoptèrent le nombre 9 pour la représenter. La table de multiplication par 9 que les aymara appellent llatunka est en effet structurée symétriquement, comme pour évoquer le miroir cosmique. Le site de la communauté Sariri montre quelques exemples de ces symétries, reconnaissables jusque dans l’art textile, puisque le célèbre poncho andin est conçu à partir de deux pièces symétriques cousues l’une à l’autre.

La sagesse ancestrale des Andes enseigne que la plupart des hommes et des femmes ne s’en tient qu’à la surface des choses et des êtres. On pense aux effets sans réfléchir vraiment à leur origine, située à l’intérieur, et donc, relevant de l’invisible. Les deux faces interne et externe de la réalité sont complémentaires et il s’agit donc de percevoir l’univers dans son intégralité, aussi bien dans sa matérialité que dans son immatérialité. Dépourvus de cette vision intégrale, notre situation devient difficile. Nous n’avons plus les clefs qui sont dans l’ombre des choses, dans leur intériorité.

Le message du miroir cosmique qu’est le Llatunka s’exprime dans notre capacité à remonter jusqu’à l’origine, à passer à l’autre coté de nous-même pour lire dans le miroir. On peut avoir une meilleur compréhension de ce qui se produit dans notre vie lorsqu’on génère périodiquement une première condition : Le silence intérieur (en aymara Amuki). Ce silence peut permettre d’appréhender le niveau de causalité qui est enfoui en nous. Dans le monde andin, l’intérieur est lié au monde souterrain ou monde d’en-bas (Uku-Pacha). C’est là que se trouve l’invisible, l’intériorité, l’origine. Le monde extérieur du visible et des effets est quant à lui signifié par le monde d’ici ou Kay-Pacha. Pour percevoir en nous notre propre Uku-Pacha, en lien avec notre Kay-Pacha, pour appréhender ce lien entre invisible et visible, origine et manifestation, nous autres, les chamans andins, célébrons la cérémonie de l’Amuki, qui induit et nourrit ce silence intérieur. Cette cérémonie cultive deux attitudes. En premier lieu, nous cessons de parler pendant un certain temps. Cet acte permet de revenir au calme et à la clarté. Les faits se manifestent à notre conscience tels qu’ils sont, plutôt que tels que nous les arrangeons et voulons les voir. Ensuite, nous nous engageons à ne pas émettre de jugement, ce qui veut dire que nous allons seulement regarder et observer ce qui se passe vraiment. De cette façon, nous nous libérons de l’intérêt personnel pour entrer dans le bien vivre commun (Sumaq Kawsay).
Par la pratique de l’Amuki, nous commençons à écouter davantage les sons du corps-esprit. Nous découvrons, nous nous resouvenons, et nous parvenons à comprendre bien des choses. La pratique de l’Amuki permet, à l’étape suivante, de percevoir un autre silence magique, celui de l’entourage et de l’espace. En aymara, cet autre silence porte le nom de Chuju. Il est fortement lié à l’irruption du monde d’en-haut (Hanan-pacha) et il s’aventure plus loin que la seule causalité. C’est comme si l’on entrait dans un temple et que tout s’éclairait d’un seul coup, instantanément. On n’écoute plus seulement l’intériorité et son propre esprit, mais c’est tout l’environnement qui devient pure écoute et miroir. Il se produit une union intime et indivisible entre le visible et l’invisible, le matériel et l’immatériel, le conscient et l’inconscient. Le Chuju apporte une autre perception de la vie. Libre de la localisation sur soi, nous faisons l’expérience de la communauté (le Chuju). Même les problèmes les plus grands – que l’on perçoit ainsi à partir de la perspective individuelle – perdent de leur importance en étant vus à partir de la perception communautaire ou panoramique.

Temple de Kalasasaya: Chuju silence étonnant, vibration muette et permanente de l’air, que le génie technologique indigène de Tiwanaku est parvenu à rendre palpable de façon surprenante.
Il se produit à Tiwanaku un phénomène sur lequel, à ce jour, je n’ai rien lu ni entendu. Les constructeurs de la cité sainte avaient, nous le savons, une connaissance très approfondie des technologies acoustiques. J’ai dû me rendre au moins une dizaine de fois sur les lieux. Comme tout le monde, je me suis amusé à murmurer des paroles dans le temple de kalasasaya, pendant qu’une personne, placée de l’autre coté du mur nord, à environ 50 mètres de moi, pouvait à son grand étonnement, entendre tout ce que je disais, en écoutant à travers un trou dans le mur, percé en forme de conduit auditif. Mais ce qui est plus étonnant encore et que personne ne remarque, tant on est peu enclin à l’écoute de l’environnement, c’est qu’il règne sur l’ensemble du site une sorte de silence palpable et matériel, que même les cris des écoliers ne parviennent pas à effacer. Simplement, les bruits se superposent à ce silence palpable qui ne disparaît pas. Si un jour vous visitez cet endroit, soyez attentif à ce silence étonnant, à cette vibration muette et permanente de l’air. C’est le Chuju, que le génie technologique indigène de Tiwanaku est parvenu à rendre palpable de façon surprenante.
Deux moitiés du monde et du miroir cosmique.

WIPHALA : UNE MISE AU POINT

 http://magick-instinct.blogspot.fr/2011/06/wiphala-une-mise-au-point.html

Toujours le même travail de sape de la part de l’Empire, visant à discréditer de façon mensongère tout ce qui pourrait lui faire ombrage. C’est le prix Nobel Mario Vargas Llosa attaquant la wiphala et prétendant qu’un tel symbole n’a jamais existé au temps des Incas, c’est Maria Rostworowski, de l’Institut d’Histoire Péruvienne et bien d’autres noms encore qui, soit nient que la bannière arc-en-ciel ait été un emblème des Incas, soit assurent que le concept même de bannière n’existait pas à cette époque. J’avais déjà observé ce phénomène en 2008, de la part des créoles du secteur oriental de Bolivie manipulés par les USA en vue de diviser le pays : semer le doute dans les esprits concernant les symboles et la cosmovision andine afin de déstabiliser, ridiculiser et moquer l’indigène. Faire passer toute manifestation de la culture indigène pour du néo-indigénisme. Mais il faut dire aussi que le délire New Age et soucoupiste autour des Incas, les célébrations touristiques de l’Inti Raymi à Cuzco où le carton-pâte remplace l’or et le spectacle la dévotion, les influences théosophistes et confusionistes de la Lucis Trust dans l’entourage de Huanacuni, membre du gouvernement Morales, et bien d’autres facteurs de ce type, comme par exemple l’espoir d’un “retour de l’Inca” en 2012, véhiculé par de nombreux néo-chamanes, tout cela n’aide guère à ce que soit respectée l’ancienne tradition.
La bonne nouvelle toutefois, c’est qu’existent des indigènes formés à la rigueur scientifique et universitaire, tout-à-fait capables de contrer les infamies de la propagande étasunienne en Amérique du Sud, de faire des recherches chez les chroniqueurs métis tels que Garcilaso de la Vega, ou espagnols comme Pedro Cieza de León ou Bernabé Cobo et de décrypter les symboles sur les céramiques et les tissus anciens. La bandera de la identidad andina, étude de Rodolfo Sánchez Garrafa en est un bel exemple.
En France, à l’occasion de l’exceptionnelle exposition de la Pinacothèque de Paris qui se tenait jusqu’au 6 février 2011 et consacrée à l’Or des Incas, le Figaro-Magazine avait dédié aux Rois des Andes un numéro hors-série. Bien entendu, on ne pouvait espérer d’une telle publication qu’elle fût exempte de propagande anti-andine. Le dossier du Figaro-Magazine présente de très nombreuses erreurs. On y lit par exemple que « le drapeau arc-en-ciel des Incas a été inventé dans les années 1970 » et qu’il s’inspirerait de la bannière des homosexuels et du New Age. L’éditorial de M. de Jaeghere tourne l’incaïsme en dérision et fait passer cette culture pour une sorte de fascisme extrêmement violent, toutes informations contredites par les chroniqueurs espagnols eux-mêmes.

Plutôt que d’entrer dans les détails et les grands exposés, je reproduis ici deux images, avec l’accord des amis du Mouvement Thunupa qui me les ont aimablement procurées. La première représente un vase cérémoniel inca, un kero conservé au musée archéologique de Cuzco. On y voit un guerrier tenant un drapeau en forme de Wiphala, ce qui montre clairement que celle-ci n’est pas une invention contemporaine des dangereux anti-impérialistes andins. La seconde met en évidence qu’au-delà même de l’incaïsme, la wiphala est un symbole encore plus ancien, puisque cet objet, une chuspa pour la coca remarquablement conservée, n’appartient pas à la culture Inca mais à celle de Tiwanaku. Il est la propriété actuelle du musée de Brooklyn (USA).
En consultant l’article documenté de Rodolfo Sanchez Garrafa et plus particulièrement les passages où il interroge les chroniqueurs, le doute n’est guère possible : “ Ils consacrèrent une quatrième salle à l’arc-en-ciel, parce qu’ils avaient compris qu’il procédait du soleil, et pour cette raison les Rois Incas le prirent comme devise et blason, parce qu’ils s’honoraient de descendre du soleil “ (Inca Garcilaso de la Vega). On sait dès lors à quelles sources s’abreuvent les propos du Figaro-Magazine, tout comme ceux de Vargas Llosa. Des sources politico-impériales plutôt que scientifiques.
Cependant, le mal est fait et continue d’être fait en tous domaines. Laissez proférer des mensonges par les « sommités au-delà de tout soupçon » et il en restera toujours quelque chose. Ce qui devrait nous rappeler bien d’autres situations, n’est-ce pas ?

DEBORD: Les mauvais jours finiront >..< Os dias ruins acabarão

mardi, juillet 7th, 2015

« La prochaine forme de société ne sera pas fondée sur la production industrielle. Elle sera une société de l’art réalisé. Ce ‘type de production absolument nouveau qui serait en gestation dans notre société’ (Marxisme en question, p. 84), c’est la construction des situations, la construction libre des événements de la vie. »

Guy DEBORD, Les mauvais jours finiront

Projet d’une anthologie de la Revue I.S. – numéro 7 – Avril 1962.

>..<

« A próxima forma de sociedade não será fundada sobre a produção industrial. Ela será uma sociedade da arte realizada. Este ‘tipo de produção absolutamente novo que estaria em gestação em nossa sociedade’ (Marxisme en question, p. 84), é a construção de situações, a construção livre dos acontecimentos da vida. »

Guy DEBORD, Os dias ruins acabarão

Projeto de uma antologia da Revue I.S. – número 7 – Abril 1962.

ZIZEK: Fétichisme et subjectivation interpassive

vendredi, juillet 3rd, 2015
S. Zizek | Fétichisme et subjectivation interpassive
Textes | Figures du marxisme
Écrit par Zizek (Slavoj)
Le cynisme en tant qu’idéologie réfléchie

Dans l’une de ses lettres, Freud se réfère à la blague bien connue du jeune marié qui, à la question d’un ami quant à l’apparence de son épouse, répond : « personnellement elle ne me plaît pas, mais c’est une question de goût ». Le paradoxe de la réponse ne réside pas dans l’égoïsme calculateur qu’une telle attitude révèlerait (« c’est vrai, elle ne me plaît pas, mais je l’ai épousée pour d’autres raisons : sa fortune, le prestige social de ses parents… »). Son trait essentiel est que, par la réponse qu’il donne, le sujet prétend se placer du point de vue de l’universalité, à partir duquel la question de l’apparence apparaît comme une question de disposition personnelle, comme une contingente particularité « pathologique » qui ne doit pas être prise en considération en tant que telle. La blague repose sur la position d’énonciation impossible / intenable qui est celle du jeune marié : vu à partir de cette position, le mariage apparaît comme un acte appartenant au domaine des déterminations symboliques universelles et qui, pour cette raison, ne devrait pas dépendre de dispositions personnelles, comme si la notion même de mariage n’impliquait pas précisément le fait « pathologique » d’être attiré par une personne particulière sans raison rationnelle particulière.

C’est à la même position d’énonciation « impossible » que nous sommes confrontés dans le cas du racisme contemporain « postmoderne ». Nous avons tous en tête cet extrait de West Side Story de Leonard Bernstein, la chanson où les délinquants donnent aux policiers stupéfaits l’explication psycho-sociologique de leur attitude : ils sont victimes de circonstances sociales défavorables et de rapports familiaux difficiles… Lorsqu’ils sont interrogés sur les raisons de leurs actes de violence à l’encontre d’étrangers, les skinheads néonazis allemands ont tendance à donner le même type de réponse. Ils commencent soudainement à parler comme des travailleurs sociaux, des sociologues ou des socio-psychologues, et se réfèrent à une mobilité sociale réduite, à l’insécurité croissante, à la désintégration de l’autorité paternelle, etc.

Cette position d’énonciation impossible caractérise l’attitude cynique contemporaine. A travers elle, l’idéologie peut jouer « cartes sur table », révéler le secret de son fonctionnement, et pourtant continuer à fonctionner comme telle.

La spectralisation du fétiche

Cette réflexivité omniprésente dans nos vies quotidiennes semble nous conduire à l’abandon de la notion de fétichisme. N’est-il pas vrai qu’aujourd’hui le mécanisme essentiel du fétichisme (l’effacement du procès de production dans son résultat) n’est plus opératoire ? Pourtant, le paradoxe central (et, peut-être, la définition la plus concise) de la post-modernité est que le procès de production lui-même, la mise à nu de son mécanisme, fonctionne en tant que fétiche qui occulte la dimension cruciale de la forme, i.e. du mode social de production. Pour avancer d’un pas par rapport à Marx, on est tenté de proposer un schéma de trois figures successives du fétichisme, qui forment une sorte de « négation de la négation » hégélienne. D’abord le fétichisme traditionnel interpersonnel (le charisme du Maître), puis le fétichisme de la marchandise classique (« des rapports entre choses à la place de rapports entre les agents », i.e. le déplacement du fétichisme vers l’objet) et, enfin, à notre âge postmoderne, la dissipation graduelle de la matérialité même du fétiche.

Dans la perspective de la monnaie électronique, la monnaie perd sa dimension matérielle et devient une entité purement virtuelle, accessible au moyen d’une carte bancaire ou même d’un code informatique immatériel. Cette dématérialisation ne fait cependant que renforcer son emprise : la monnaie (le réseau intriqué de transactions financières) se transforme ainsi en un cadre spectral invisible, et de ce fait tout-puissant, qui domine nos vies. Nous pouvons comprendre à présent en quel sens la production elle-même peut servir de fétiche : la transparence postmoderne du procès de production est fausse dans la mesure où elle occulte l’ordre virtuel immatériel qui commande le mouvement d’ensemble… Ce passage vers la monnaie électronique affecte également l’opposition entre capital et argent. Le Capital fonctionne en tant que Chose sublime irreprésentable, présente uniquement à travers ses effets, à l’opposé de la marchandise, objet matériel particulier qui, miraculeusement, « est doté d’une vie », et commence à se mouvoir comme s’il était possédé par un esprit invisible. Dans le premier cas, nous avons un excès de matérialité (les rapports sociaux apparaissent comme la propriété d’un objet matériel pseudo concret), dans le second un excès de spectralité (les rapports sociaux dominés par le spectre invisible du capital). Aujourd’hui, avec l’avènement de la monnaie électronique, les deux dimensions semblent s’effondrer : la monnaie elle-même acquiert les traits d’une Chose invisible spectrale perceptible uniquement à travers ses effets.

Là encore cependant, le paradoxe réside dans le fait qu’avec cette spectralisation du fétiche, avec la désintégration progressive de sa matérialité positive, sa présence n’en devient que plus oppressante et diffuse, comme s’il n’y avait, pour le sujet, aucun moyen d’échapper à son emprise.

Le fétichisme entre structure et humanisme

Si l’on suit la critique classique inspirée par Althusser de la problématique marxiste du fétichisme de la marchandise, cette notion repose sur l’opposition, propre à l’idéologie humaniste, de la « personne humaine » et de la « chose ». L’une des déterminations essentielles du fétichisme selon Marx n’est-elle pas que nous avons affaire à des « rapports entre choses (marchandises) » au lieu de « rapports directs entre les personnes » , i.e. que dans l’univers fétichiste les agents perçoivent (faussement) leurs relations sociales sous la forme de relations entre objets ? La critique althussérienne a entièrement raison de souligner le fait que, derrière cette problématique « idéologique », gît un concept entièrement différent – structural – de fétichisme, qui est déjà à l’œuvre chez Marx. A ce niveau, le fétichisme désigne le court-circuit entre la structure formelle/différentielle (qui est par définition « absente », i.e. jamais donnée en tant que telle dans le champ de notre expérience) et un élément positif de cette structure. Nous sommes victimes de l’illusion fétichiste quand nous percevons en tant que propriété immédiate, « naturelle », de l’objet fétiche ce qui est conféré à cet objet par sa position au sein de la structure. Le fait que la monnaie nous permette d’avoir accès à des objets sur un marché n’est pas une propriété inhérente à l’objet-monnaie, il résulte de la place structurale de la monnaie à l’intérieur de la structure complexe des rapports socio-économiques. Nous ne nous rapportons pas à une personne en tant que « roi » parce que cette personne est « en elle même » un roi, mais parce qu’elle occupe une place au sein d’un ensemble de relations socio-symboliques, etc.

Notre argument consiste cependant à affirmer que ces deux niveaux de la problématique du fétichisme sont nécessairement liés : ils forment les deux faces constitutives du concept même de fétichisme. C’est pourquoi il n’est pas possible de dévaloriser l’une, supposée « idéologique », au bénéfice de l’autre, supposée proprement théorique (ou « scientifique »). Pour clarifier ce point, il faudrait reformuler le premier aspect de manière bien plus radicale. Derrière l’opposition apparente idéologique-humaniste entre « personnes » et « choses », gît un autre concept, bien plus productif, celui du mystère de la substitution et/ou du déplacement : comment est-il ontologiquement possible que les plus intimes des rapports entre les agents se déplacent sur des « rapports entre les choses » (ou que ces derniers s’y substituent) ? Le fait que « les choses pensent pour nous, à notre place » ne constitue-t-il pas l’un des aspects fondamentaux de la problématique marxienne du fétichisme ?

Le point qui mérite vraiment d’être répété est que, chez Marx, la place de l’inversion fétichiste réside non pas dans ce que les agents pensent être en train de faire mais dans leur activité sociale elle même. Un sujet bourgeois typique est, dans son attitude consciente, un nominaliste utilitariste. C’est au sein de son activité sociale, dans les échanges sur le marché, qu’il agit comme si les marchandises n’étaient pas de simples objets mais des objets dotés de pouvoirs spéciaux, pleins de « lubies théologiques ». Autrement dit, les agents sont tout à fait conscients de ce qui se passe, ils savent parfaitement que la marchandise-argent n’est qu’une forme réifiée de l’apparence des rapports sociaux, c’est-à-dire que sous les « rapports entre les choses », il y a des « rapports entre les personnes ». Mais le paradoxe est que, dans leur activité sociale, ils agissent comme si ils ne le savaient pas et subissent l’illusion fétichiste. La croyance fétichiste, l’inversion fétichiste, s’incarne dans ce que Marx appelle les « rapports sociaux entre les choses » : dans le fétichisme de la marchandise, ce sont les choses qui croient à notre place.

L’erreur qu’il faut avant tout éviter ici est l’hypothèse humaniste selon laquelle cette croyance incarnée dans les choses, déplacée sur les choses, n’est que la forme réifiée d’une croyance humaine directe, auquel cas la tâche de la reconstitution phénoménologique de la genèse de la « réification » serait de démontrer comment la croyance humaine originelle a été transposée aux choses… Le paradoxe qu’il faut maintenir, à l’opposé d’une tentative d’élaboration d’une genèse phénoménologique, c’est que le déplacement est originel et constitutif. Il n’y a pas de subjectivité immédiate, vivante et présente à soi à qui pourrait être attribuée la croyance dans les « choses sociales » et qui en serait ensuite dépossédée. Certaines croyances, les plus fondamentales, sont d’emblée « décentrées », ce sont les croyances de l’Autre. Le phénomène du « sujet supposé croire » est donc universel et structurellement nécessaire. Le sujet parlant déplace d’emblée sa croyance sur le grand Autre, en tant qu’il relève de l’ordre du pur semblant, de sorte que le sujet « n’y croit jamais vraiment ». Dès le départ, le sujet se réfère à un autre décentré, à qui il impute cette croyance. Toutes les versions concrètes de ce « sujet supposé croire» (des petits-enfants à l’intention desquels les parents feignent de croire au Père Noël, au « travailleur ordinaire » au nom duquel des intellectuels communistes croient au socialisme) occupent la place du grand Autre. Aussi, à la platitude conservatrice selon laquelle tout homme honnête a un besoin profond de croire en quelque chose, il faudrait répondre que tout honnête homme a un besoin profond de trouver un autre sujet qui croit à sa place…

Supposition de croyance et supposition de savoir

Afin de déterminer convenablement la portée de cette notion de sujet supposé croire, il faudrait l’opposer à une autre notion, mieux connue, celle, lacanienne bien sûr, de sujet supposé savoir. Quand Lacan parle du sujet supposé savoir, on oublie habituellement de noter combien cette notion n’est pas la norme mais l’exception, exception qui n’a de valeur que par opposition au sujet supposé croire en tant que caractéristique habituelle de l’ordre symbolique.

Et, d’une manière un peu différente, au fond homologue, c’est ce à quoi nous avons affaire avec l’analyste en tant que « sujet supposé savoir ». Quand l’analysant s’engage dans un rapport transférentiel avec l’analyste, il a la même certitude absolue que ce dernier connaît son secret (ce qui signifie tout simplement que le patient est a priori « coupable », qu’il y a un sens secret à découvrir dans ses actes). L’analyste n’est donc pas un savant empiriste qui mettrait le patient à l’épreuve de diverses hypothèses, qui chercherait des preuves, etc. Il incarne la certitude absolue (que Lacan compare avec la certitude du cogito ergo sum de Descartes) de la « culpabilité » du patient, c’est à-dire de son désir inconscient.

Les deux notions, celle de sujet supposé croire et celle de sujet supposé savoir, ne sont pas symétriques car la croyance et la connaissance elles-mêmes ne sont pas symétriques. Dans sa dimension la plus radicale, le statut du grand Autre (lacanien) en tant qu’institution symbolique relève de la croyance, pas du savoir. La croyance est symbolique et la connaissance est réelle (le grand Autre implique, et repose sur, une « croyance » fondamentale). La croyance est toujours, fût-ce de manière minimale, « réfléchissante », elle est « croyance dans la croyance d’un autre » (« je continue à croire au communisme » équivaut à « je crois qu’il y a encore des gens qui croient au communisme »), tandis que le savoir n’est précisément pas savoir du fait qu’il y a quelqu’un d’autre qui sait. C’est pour cette raison que je peux croire à travers l’autre, tandis que je ne peux pas savoir à travers l’autre. Du fait du caractère réfléchissant inhérent à la croyance, je crois à travers un autre lorsque celui-ci croit à ma place. Le savoir n’est en ce sens pas réfléchissant, i.e. quand un autre est supposé savoir, je ne sais pas à travers lui.

D’une manière étrange, certaines croyances paraissent toujours fonctionner « à distance ». Pour qu’une croyance fonctionne, il doit y avoir une sorte de garantie ultime, et pourtant cette garantie est toujours déplacée, jamais présente « en personne ». Comment la croyance est-elle alors possible ? Comment rompre ce cercle vicieux de la croyance déplacée ? La réponse se trouve dans le fait que le sujet qui croit directement n’existe pas nécessairement : il suffit, précisément, de présupposer son existence, i.e. d’y croire, soit sous la forme d’une mythique figure fondatrice, soit sous la forme d’un « on » impersonnel (« on croit… »).

La substitution primordiale

Ce rapport de substitution ne se limite pas aux croyances. Il en va de même pour chacune des attitudes et chacun des sentiments les plus intimes du sujet, pleurs et rires compris. Il suffit de rappeler ici la vieille énigme des émotions transposées/déplacées chez les pleureuses, ces femmes que l’on payait dans les pays « primitifs » pour pleurer lors des obsèques, ou bien les rires préenregistrés des séries télévisées, ou encore la possibilité d’incarner un personnage à l’écran dans l’espace cybernétique. Quand je construis une « fausse » image de moi qui se substitue à moi au sein d’une communauté virtuelle à laquelle je participe (dans les jeux sexuels, par exemple, les hommes timides prennent souvent le rôle d’une femme séduisante qui couche avec n’importe qui), les émotions que je ressens et « feins » de ressentir comme faisant partie de mon personnage à l’écran ne sont pas simplement fausses. Même si (ce que j’éprouve comme) mon vrai moi ne les ressent pas, elles n’en sont pas moins vraies, dans un certain sens.

Mais, me direz-vous, ceci n’est valable que pour des sociétés primitives. C’est pourtant le même processus qui est à l’œuvre dans le cas du rire préenregistré à la télévision. Lorsque je regarde une série qui en comporte, même si je ne ris pas et me contente de fixer l’écran, fatigué après une dure journée de travail, cela fonctionne, c’est la télé qui rit pour moi et, après, je me sens soulagé. Avant de s’habituer aux rires préenregistrés, on ressent, d’une manière générale, un petit moment de malaise ; la première réaction à ces rires est celle d’un choc, tant il est difficile d’accepter que la machine soit en train de « rire pour moi », il y a quelque chose d’intrinsèquement obscène dans ce phénomène. Cependant, on s’y habitue et on finit par le trouver « naturel ». C’est ce que vise la notion lacanienne de « décentrement », de sujet décentré : mes sentiments les plus intimes peuvent être radicalement extériorisés, je peux littéralement « rire, pleurer à travers un autre ».

La version primordiale de cette substitution à travers laquelle « quelqu’un d’autre le fait pour moi » ne réside-t-elle pas dans la substitution d’un signifiant au sujet ? C’est dans une telle substitution qu’il faut chercher le geste constitutif de l’ordre symbolique : un signifiant est précisément une chose-objet qui se substitue à moi, qui agit à ma place. Les soi-disant religions primitives dans lesquelles quelqu’un peut assumer à ma place ma souffrance, ma punition (mais aussi mon rire, mon plaisir…), i.e. dans lesquelles on peut souffrir et payer pour un péché à travers l’Autre (jusqu’au moulin à prières qui prie pour notre compte), ne sont pas aussi stupides et « primitives » qu’elles en ont l’air ; elles renferment un énorme potentiel libérateur. En abandonnant mon contenu intime, y compris mes rêves et mes angoisses, à l’Autre, j’ouvre un espace au sein duquel je peux respirer. Quand l’Autre rit pour moi, je suis libre de me reposer. Quand l’Autre se sacrifie pour moi, je suis libre de continuer à vivre avec la conscience du fait que j’ai payé pour ma faute, etc.

L’efficace de cette opération de substitution réside dans le renversement réflexif hégélien : quand l’Autre est sacrifié pour moi, je me sacrifie à travers l’Autre. Quand l’Autre agit pour moi, j’agis moi-même à travers l’Autre. Quand l’Autre prend du plaisir pour moi, je prends moi-même du plaisir à travers l’Autre. Le potentiel libérateur des rituels mécaniques est clairement discernable dans notre expérience moderne : tout intellectuel connaît la vertu rédemptrice de l’exercice militaire, des exigences d’un travail physique « primitif », ou d’un travail réglé de l’extérieur. Il s’agit de la conscience du fait que l’Autre règle le procès auquel je participe, et libère ainsi mon esprit dans la mesure où je ne suis pas impliqué. Le motif foucaldien du lien entre la discipline et la liberté subjective apparaît dès lors sous un jour différent : en me soumettant à une machinerie disciplinaire, je transfère en quelque sorte à l’Autre la responsabilité d’assurer le cours normal des choses, et j’acquiers ainsi l’espace précieux nécessaire à l’exercice de ma liberté…

Celui qui à l’origine « le fait à ma place » est le signifiant lui-même dans son extériorité matérielle, de la prière toute faite du moulin à prières au rire préenregistré de la télévision. Le trait fondamental de l’ordre symbolique en tant que « grand Autre » est qu’il n’est jamais simplement un instrument ou un moyen de communication, dans la mesure où il « décentre » le sujet de l’intérieur, où il accomplit son acte pour lui. L’expérience quotidienne nous confronte en permanence au décalage entre le sujet et le signifiant qui « agit à sa place ». Quant une personne glisse, une autre personne, à côté d’elle, qui observe simplement l’accident, l’accompagne d’un « oups » ou quelque chose dans le ce genre. Le mystère de cet incident quotidien est que quand l’autre le fait pour moi, à ma place, l’efficace symbolique est le même que si je le faisais moi-même directement. C’est là que réside le paradoxe du caractère « performatif » de l’acte de parole. Dans le geste même qui accomplit l’acte, en énonçant les mots, je cesse d’en être l’auteur, c’est le « grand Autre », l’institution symbolique, qui parle à travers moi. Il n’y a, en ce sens, rien de surprenant dans le fait d’observer quelque chose de mécanique dans l’attitude de tous les personnages dont la fonction professionnelle est essentiellement performative (juges, rois…). Ils sont réduits à être l’incarnation vivante d’une institution symbolique, leur seule tâche est de mettre « les points sur les i » mécaniquement, de conférer à un contenu, élaboré par d’autres, le cachet de l’institution. Le dernier Lacan a, en ce sens, pleinement raison de réserver le terme « acte » à quelque chose de beaucoup plus suicidaire et réel que l’acte de parole.

L’interpassivité

A la lumière de ce qui précède, il devient tentant de compléter la notion à la mode d’ « interactivité » par son double/complément, bien plus spectral et inquiétant, d’ « interpassivité »[1]. Il est en effet devenu banal de souligner combien, grâce aux nouveaux médias électroniques, la contemplation passive d’un texte, ou d’une oeuvre d’art, est dépassée. Je ne regarde plus un écran, j’agis sur lui d’une manière toujours plus interactive (depuis le choix des programmes et la participation à des débats au sein d’une communauté virtuelle jusqu’à la détermination directe du dénouement de l’intrigue dans les dits « récits interactifs »).

Ceux qui louent le potentiel démocratique des nouveaux médias se concentrent, en règle générale, sur ces aspects : comment le cyberespace offre la possibilité à une large majorité de rompre avec la position de spectateur passif d’un spectacle créé par d’autres et de participer activement non seulement au spectacle mais, de plus en plus, à l’élaboration des règles mêmes du spectacle… L’interpassivité n’est-elle pas toutefois l’autre face de cette interactivité ? L’envers nécessaire de mon interaction avec l’objet n’est-il pas cette situation où l’objet lui-même me prend ma propre réaction passive de satisfaction (ou d’ennui ou de rire), m’en prive, en sorte que c’est l’objet lui-même qui prend plaisir au spectacle à ma place, me soulageant du devoir « surmoïque » de m’amuser… ? N’est-ce pas d’interpassivité qu’il s’agit dans un grand nombre d’affiches, ou de films, publicitaires qui, d’une certaine façon, jouissent du produit à notre place, à l’instar des boîtes de Coca dont la mention « Ah, quel goût ! » annonce à l’avance la réaction du consommateur idéal.

Un autre phénomène étrange nous amène au cœur de la question : tout aficionado du magnétoscope (moi y compris), enregistrant compulsivement des centaines de films, sait fort bien que l’effet immédiat de posséder un magnétoscope est qu’on voit moins de films que dans le bon vieux temps du simple poste télévisé dépourvu de magnétoscope. On n’a jamais le temps de regarder la télé, donc, au lieu de perdre une précieuse soirée, on enregistre simplement le film et on le garde pour un moment ultérieur, qui, bien entendu, ne vient jamais… Ainsi, même si je ne regarde pas ces films, la simple conscience du fait qu’ils se trouvent sur mes étagères me procure une profonde satisfaction et, parfois, me permet même de me détendre et de plonger dans l’art exquis du farniente, comme si, en un sens, le magnétoscope regardait les films pour moi, à ma place… Le magnétoscope représente ici le « grand Autre », le médium d’enregistrement symbolique.

De nos jours, selon de récentes enquêtes américaines, même la pornographie fonctionne de plus en plus de façon interpassive. Les films classés X ne sont plus, avant tout, des moyens destinés à exciter l’utilisateur dans son activité masturbatoire solitaire. Le simple fait de regarder l’écran où l’action a lieu est suffisant, c’est-à dire qu’il me suffit d’observer comment les autres prennent du plaisir à ma place. Un autre exemple d’interpassivité, pris dans le registre du quotidien, est cette scène embarrassante, bien connue de tous, pendant laquelle une personne raconte une mauvaise blague, qui ne suscite aucun rire dans l’assistance, puis éclate lui-même de rire, répétant « elle était bien bonne », ou quelque chose du même genre, i.e. effectuant lui-même la réaction attendue de l’assistance. La situation est en ce cas similaire mais néanmoins différente de celle du rire préenregistré des séries télévisées. L’agent qui rit à notre place (à travers lequel nous, assistance embarrassée qui s’ennuie fermement, néanmoins rions) n’est pas le public artificiel invisible mais le narrateur de la blague en personne. Il accomplit cela pour s’assurer de l’inscription de son acte dans le « grand Autre », l’ordre symbolique. Son rire compulsif n’est donc pas si différent d’interjections du type « Oups ! », que nous nous sentons obligés de proférer lorsque nous trébuchons ou faisons quelque chose de stupide.

Le sujet supposé jouir

Ne sommes-nous pas là, toutefois, en train de confondre des phénomènes différents sous la rubrique de l’interpassivité ? N’y a-t-il pas une distinction cruciale à faire entre l’Autre qui nous décharge des aspects ennuyeux, mécaniques, de notre activité routinière, et l’Autre qui prend la place et me prive de mon plaisir ?

« Etre soulagé de son plaisir », n’est-ce pas un paradoxe absurde, dans le meilleur des cas un euphémisme pour dire qu’on en est simplement privé ? Le plaisir n’est-il pas, précisément, ce qui ne peut pas opérer à travers l’Autre ? Au niveau de l’observation psychologique élémentaire, il est possible de répondre à cela en rappelant la profonde satisfaction qu’un sujet (un parent par exemple) peut tirer du fait qu’il est conscient que sa fille ou son fils bien-aimé prennent vraiment du plaisir à faire quelque chose. Un parent aimant peut littéralement jouir à travers la jouissance de l’autre…

Il y a cependant quelque chose de bien plus étrange à l’œuvre dans

ce cas. La seule manière de rendre compte de la satisfaction et du potentiel émancipateur qu’il y a à être capable de jouir à travers l’Autre, à être déchargé de sa jouissance et de la transférer à l’Autre, est d’accepter que la jouissance elle-même n’est pas un état spontané immédiat mais qu’elle est sous-tendue par un impératif surmoïque. Comme Lacan l’a sans cesse affirmé, le contenu ultime de l’injonction surmoïque est « jouis ! ». Pour éclaircir le paradoxe, il conviendrait d’élucider tout d’abord l’opposition entre la Loi (publique symbolique) et le surmoi. La Loi publique tolère (elle y incite même !) « entre les lignes » ce que son texte explicite interdit (par exemple l’adultère), tandis que l’injonction surmoïque qui commande la jouissance barre, à travers l’aspect direct même de son ordre, l’accès du sujet à celle-ci bien plus efficacement que toute prohibition. Rappelons-nous la figure du père qui conseille son fils en matière de prouesses sexuelles : si le père tente de l’en détourner, lui interdisant formellement tout rendez-vous galant, etc., il l’incite bien sûr, entre les lignes, à en faire, i.e. à trouver une satisfaction à violer l’interdit paternel. Si, au contraire, le père le pousse, de manière obscène, à « agir comme un homme » et à séduire des femmes, l’effet réel de cette volonté sera probablement inverse (le retrait du fils, la honte du père obscène, peut-être même l’impuissance…). La manière la plus courte de rendre compte du paradoxe du surmoi réside peut-être dans l’injonction « que cela te plaise ou pas, jouis ! ».

Pour une analyse plus fine, il faudrait établir la distinction entre deux types de l’« Autre qui le fait (ou plutôt, le supporte) pour moi, à ma place ». Dans le cas du père Noël (ou du fétichisme de la marchandise), je déplace ma croyance sur l’autre : je pense que je ne crois pas mais je crois à travers l’autre. Le geste critique, ici, consiste en l’affirmation de l’identité : non, c’est bien toi qui crois au père Noël (ou aux lubies théologiques des marchandises…) à travers l’Autre.

Dans le cas du rire préenregistré (ou des pleureuses qui se lamentent à votre place, ou de la roue du prêtre tibétain), la situation est inverse : je pense que j’ai joui du spectacle mais c’est l’autre qui l’a fait pour moi. Le geste critique consiste alors à dire : non, ce n’est pas toi qui as ri, c’est l’Autre (le poste de télévision…). La clé de cette distinction n’est-elle pas que nous avons affaire à l’opposition entre la croyance et la jouissance, entre le symbolique et le réel ? Dans le cas de la croyance (symbolique), je désavoue l’identité (je ne me reconnais pas dans la croyance qui est effectivement la mienne) ; dans le cas de la jouissance, qui est de l’ordre du réel, je méconnais le décentrement dans ce que je perçois (à tort) comme « ma propre » jouissance.

Le résultat auquel nous parvenons est ainsi que, contrairement au propos répandu selon lequel les nouveaux médias nous transforment en consommateurs passifs aveuglément « scotchés » à un écran, il faudrait plutôt affirmer que la dite menace des nouveaux médias réside dans le fait qu’ils nous privent de notre passivité, de notre expérience authentiquement passive, nous préparant ainsi à l’activité frénétique abrutissante et irréfléchie.

Traduit de l’anglais par Stathis Kouvélakis

[1] Je m’inspire ici de l’ouvrage de Robert Pfaller, Die Illusionen der Anderen, Francfort, Suhrkamp, 2002.